Fünf Werkalltage am Züriee: Die Werft – Teil III

Der Zürichsee, ein wunderschönes Gewässer im Süden der Stadt, in dem, unter anderem, die Flüsse Limmat und Sihl zusammenfliessen, ist eines der beliebtesten Naherholungsgebiete für Einheimische und Besucher. Im Sommer verbringen Tausende von Menschen hier Stunden, um mit Freunden zu entspannen, Sport zu treiben oder einfach die langen Sonnentage zu geniessen. Aber gibt es auch ein produktives Leben am Zürichsee? Um die Antwort zu finden, habe ich fünf Tage lang fünf Unternehmen besucht, die vom Zürichsee leben: Die Kibag, die Werft, die Seepolizei, die Fischerei Ruefer und die Wasserversorgung.

Aus dieser Reise ist diese Geschichte entstanden, die ich Ende 1998 – zu meinem Glück – in einem sonnigen und warmen Herbst fotografiert habe.

Zürichsee, 1998

 

§

Die Werft

Für den Schiffbau nimmt das Binnenland deutsche Fachkraft in Anspruch. Die Spezialisten aus Kressbronn am Bodensee wissen, was zu tun ist. Seit bald drei Jahren fertigen sie unter dem Dach der Zürcher Werft Boote an – nach der «Albis» und der «Pfannestiel» ist jetzt die bislang namenlose Nummer drei in Arbeit. Was dereinst als mittelgrosses Schiff für 300 Passagiere auf dem Zürichsee Rundkurse fahren soll, nimmt in der werft von Wollishofen schon fast gigantisch aus. Zweiundvierzig Meter lang misst das Ungetüm aus Aluminium und Stahl. Fast siebeneinhalb Meter breit wird es 186 Tonnen Zürichseewasser verdrängen und mit einer Geschwindigkeit von 23 Kilometer pro Stunde die Strecke Zürich – Rapperswil – Zürich zurücklegen.

Für das Schiff Nr. 3 sind die Männer aus Deutschland im September angereist. Die grossen Elementen haben sie gleich mitgebracht. Zusammengefügt, geschweisst, verdrahtet, und gestrichen wird in Wollishofen. Auch die beiden Schiffspropeller federn erst in der Zürcher Werft eingepasst, zweimal zwei Tonnen rohe Kraft. Und wenn die Männer nicht gerade Schiffen bauen, dann putzen sie.

Ein eigespieltes Team sind sie, die Deutschen Schiffbauer unter de rLeitung von Michael Finkenzeller, auch über die Arbeit hinaus. Heimat verbindet, fern von Zuhause sowieso – auch wenn sie nur 180 Kilometer weit weg liegt. Die ganze Mannschaft wohnt im selben Hotel in Zürich, alle drei Wochen bleibt man nach getaner Arbeit zum Grillfest in der Werft. Von Kollegialität ist immer wieder die Rede, von Männerfreundschaft, die auch am Feierabend anhalte.

Die Reederei ist Arbeitgeber, die Boote bedeuten Broterwerb, sonst aber haben die Männer mit Schiffen wenig am Hut. Keine Freizeitkapitäne. Stolz ist man trotzdem, wenn ein selbstgebauter vom Stapel läuft. Am 22. Februar 1999 ist es das nächste Mal soweit, einen Monat, später folgt die Jungfernfahrt. Obwohl zwei Schwesterschiffe schon erfolgreich auf Kurs sind, ist die Spannung gross. Jedes Boot ist eigentlich ein Prototyp, bei der ersten Fahrt zeigt sich, ob der Innenausbau bis in Detail geraten ist, ob die Balance stimmt, das Schiff die vorgeschriebene Geschwindigkeit erreicht und der Kapitän mit der Wasserlage zufrieden ist.

Michael Finkenzeller und seine Mannschaft baue bis dahin täglich weiter am Schiff – Werkalltag am See.

Text Nathalie Rufer

 

/

Cinco jornadas en el Lago de Zúrich: El astillero – Parte III

El lago de Zúrich, una hermosa masa de agua enclavada en la porción sur de la ciudad donde, entre otros,  convergen los ríos Limmat y Sihl, es uno de los lugares de esparcimiento más apreciados por los lugareños y por los visitantes. Durante el verano, miles de personas pasan allí horas de descanso con amigos, practican deportes o simplemente disfrutan de los largos días de sol. Pero, ¿existe también una vida productiva en el lago de Zúrich? Para encontrar la respuesta, acompañé durante cinco días a cinco empresas cuyas existencias dependen del lago de Zúrich: Kibag, el astillero, la policía lacustre, Fischerei Ruefer y la empresa de suministro de agua.

De este recorrido surgió esta historia, finalizada a finales de 1998, durante un otoño soleado y cálido, por suerte para mí.

Lago de Zürich, 1998

§

El astillero

Este país sin costas confía en la experiencia alemana para la construcción naval. Los especialistas de Kressbronn, a orillas del lago Constanza, saben lo que hay que hacer. Llevan casi tres años construyendo barcos bajo el techo del astillero de Zúrich: tras el «Albis» y el «Pfannestiel», ahora se está trabajando en el número tres, aún sin nombre. Lo que un día será un barco de tamaño medio para 300 pasajeros que navegará alrededor del lago de Zúrich, parece gigantesco en el astillero de Wollishofen. El monstruo de aluminio y acero mide cuarenta y dos metros de eslora. Con casi siete metros y medio de ancho, desplazará 186 toneladas de agua del lago de Zúrich y recorrerá la ruta Zúrich – Rapperswil – Zúrich a una velocidad de 23 kilómetros por hora.

Los hombres viajaron desde Alemania en septiembre para construir el barco nº 3. Trajeron consigo los grandes elementos. Se ensamblan, sueldan, cablean y pintan en Wollishofen. Las dos hélices del barco también se montan por primera vez en el astillero de Zúrich, dos veces dos toneladas de potencia bruta. Y cuando los hombres no están construyendo barcos, los están limpiando.

Los constructores navales alemanes, dirigidos por Michael Finkenzeller, son un equipo bien conjuntado, incluso más allá de su trabajo. La patria les une, lejos de casa al fin y al cabo – aunque sólo esté a 180 kilómetros de distancia. Todo el equipo vive en el mismo hotel de Zúrich, y cada tres semanas se quedan en el astillero para hacer una barbacoa después del trabajo. Siempre se habla de colegialidad, de amistad entre hombres que perdura incluso después del trabajo.

La naviera es un empleador, los barcos son una fuente de ingresos, pero por lo demás los hombres tienen poco que ver con los barcos. No son capitanes de ocio. No obstante, se sienten orgullosos cuando zarpa un barco construido por ellos mismos. La siguiente puesta a flote tendrá lugar el 22 de febrero de 1999, en un mes, más tarde se realizará el viaje inaugural. Aunque ya hay dos barcos gemelos en ruta, la emoción es grande. Cada barco es en realidad un prototipo; el primer viaje muestra si el acondicionamiento interior es correcto hasta el último detalle, si el equilibrio es el adecuado, si el barco puede alcanzar la velocidad prescrita y si el capitán está satisfecho con la postura en el agua.

Hasta entonces, Michael Finkenzeller y su equipo siguen construyendo el barco cada día: una jornada en el lago.

Texto Nathalie Rufer