Los habaneros
Los habaneros no me sonríen. No hay mano tendida, ni un «¿en qué puedo ayudarle?». Me miran con sospecha, y a mi cámara con explícita aversión. Es evidente que no soy „a friend“. Luzco y hablo como ellos, camino a paso lento por la sombra y no me deslumbran las pancartas. Ni pioneritos sonrientes, ni el Cadillac parqueado en Malecón, ni la señora presumiendo de su habano lúbrico. En la esquina alguien canta y toca las maracas: «Chan chaaaan!». Un trombón suena en la azotea, cuatro jubilados juegan dominó, y las caritas de Guevara se asoman en cualquier esquina como las gemelas espantosas del hotel Overlook. En un encuadre impecable banderitas de papel ondulan en el viento: «¡Yo soy Fidel!». No, no soy „a friend“ y nada ante mis ojos me es ajeno. Sonrisas postizas, cinturas caldeadas por el alcohol y por la humedad, manchas de rimmel sobre la blusa, pasos trastornados por el ardor del asfalto. El viento que se lo ha llevado todo, inclusive la fe y la voluntad. No soy a friend, tampoco compañera; ciudadana, tal vez… Ante mí una ciudad se deshace en patriaomuertes y huracanes, mientras el tiempo, desbordado de vacío, se escurre entre el montón de olas apiladas en el litoral.
Pero hay excepciones. Habanero es también aquel hombre de apariencia endeble que posa para mí en la calle Galiano. Frente al cine Actualidades un joven acaba de encender un Popular y su mirada se esfuma entre los transeúntes. En la Gran Logia Masónica una señora lleva una bolsa llena de potes desechables. Serán para reusar o para vender?. Un hombre sube apresurado por Bernaza, jabita de nylon en mano con la ración diaria de pan. Aquellos cadetes que van en retirada después del desfile de un Primero de Mayo inusualmente lluvioso, o el sesentón con camiseta roja que avanza por Belascoaín ensimismado en la inmensidad de su pena.
Los habaneros es una espera continua, un minuto eternizado en el éter, una lista de deseos en blanco. Aquel descamisado sentado a la mesa en un taller de aparatos ortopédicos, que apoya la cabeza en su mano y mira a través del vidrio. ¿Qué piensa? ¿A qué aspira? ¿Qué sentido encontrará a su existencia más allá de esperar a que se disipe ese vaho caliente y pegajoso que despide La Habana?
La Habana 2009 – 2012