Rebecca

Cuando en mi barrio aún los muchachos jugábamos por los pasillos del edificio a „Robin Hood y a Lady Marian“ y, detrás de alguna puerta nos dábamos un beso ruso, Rolando ya sabía que un día se haría llamar Rebecca.

Cuando el „pajarito del barrio“ era simplemente uno más, y tu mamá lo trataba como si fuera otro de sus hijos. Sí, el ganso, el pato, el maricón, el varón que gusta sexualmente de otro varón… Cuando todo eso aún era lo mismo, Rolando fisgoneaba entre las medias finas y las prendas de su madre que, extenuada por su existencia de madre soltera de un niño „con problemas“, nunca más querría usar.

Mucho antes de que el alud de transgéneros, polisexuales, arrománticos, intersexuales, agéneros, transexuales, queers, pansexuales, no binarios, desbordara los límites del sentido común y de las siglas, ya Rolando recorría la nocturnidad excitante de una Habana arrojada al vacío de los años 90.

Cuando la vi caminado por la avenida, yo me dije: ¡María Félix! Nunca antes había visto a un ser tan convencido de su femineidad. Pero entre la oscuridad y a contraluz de los pocos faroles que alumbraban la avenida pude ver la realidad: ¡Es un hombre!

Pregunté si alguien la conocía, y al poco rato me la presentaron: ¡Hola, soy Rebecca! Y no me atreví a contradecirle. Entonces se desvistió y posó para mí en medio de una calle Línea vacía de automóviles, de luces y de policías.

Rolando se ha sentido desde siempre mujer. Y así vive. Para evitar el acoso de los policías en las calles lleva siempre consigo un documento médico, que lo diagnostica como paciente con „dificultades de orientación sexual“.

La visité en un cuartico oscuro y humilde en los límites entre El Vedado y Centro Habana. Allí vivía con su madre, a la que adoraba y ayudaba a mantenerse con el dinero que hacía en las noches.

Me recibió vistiendo unos shorts ajustados y un tope negro de tirantes que dejaba descubierto su talle delicado. Las piernas bien formadas, las cejas delineadas, los ojos expresivos…  Todo en ella era de mujer. Sentada a una mesa tocador, frente a un trozo de espejo casi sin azogue, comenzó a peinar su admirable melena negra: „Nunca me ha salido barba“, me dijo y sonrió. Noté la forma de unos pequeños senos debajo de la blusa, mientras me confesaba que por medio de unos contactos a veces conseguía inyectarse silicona.

Rolando de Jesús Lam Romero es su nombre completo, hijo único de Rolando y Rosa, nacido en La Habana el 16 de agosto de 1972. De niño fue diagnosticado con hipogonadismo; un desequilibrio hormonal que marcó desde siempre su apariencia, y hacía a los extraños confundirlo con una niña.

Hace algunos años, mientras surfeaba por la red, hallé un fragmento de un documental sobre homosexuales en Cuba y la recia hostilidad que enfrentan. Apareció por unos pocos segundos una señora mayor con semblante triste. Hablaba de Rolando: „… un gran hijo que me cuida y me mantiene, y es más hombre que muchos que no visten de mujer“.

Nunca más la volví a ver.

Fotografiado en El Vedado, La Habana, Cuba, 1997

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Rebecca

Havanna, 1997